To the top, baby, to the top

El post de esta semana comienza con una frase que intentaré explicar: "mi vida es mi Aconcagua".

Hace unos años, de manera un poco inconsciente, tomé la decisión de irme de vacaciones a un lugar especial, de probar algo que nunca había intentado; decidí irme a subir el Aconcagua solo.

Mucha gente intento disuadirme de la idea, al grito de "estás loco", y creo hoy día que tenían razón. Sin embargo, como muchas veces en mi vida, decidí escribir mi propia versión de la historia. Es verdad, la gente en general va en grupos, contrata guías, gasta fortunas en equipamiento; pero alguno se preguntó cuanto de esto puede ser sustituído por una fe inquebrantable en que un objetivo o un sueño se puede lograr? Obviamente, sé que no fue la jugada mas inteligente que hice en mi vida, y les voy a pasar a contar un poco mas de la experiencia.

Comprado todo el equipamiento (y no era lo mejor del mundo), me dirigí hacia el comienzo del camino, y muy felizmente me olvidé (es la manera elegante de decir "no me gusta usar") de ponerme bloqueador solar, con lo cual, llegué a la primera base un par de horas después con insolación. Pero seamos honestos, ¿quien no emprendió una aventura, un negocio, una relación o lo que fuera y no se encontró con un primer inconveniente? Fue un aviso, pero ahí es cuando mucha gente opta por pegar la vuelta, sienten que es mejor estar al 100% y volver en otro momento que seguir exigiéndose en busca de su objetivo original. A algunos les gusta jugar seguro, no es mi caso.

Ojalá ese hubiese sido el único inconveniente. El segundo día, con la insolación a cuestas, me puse un gorrito, mucho bloqueador encima y comencé lo que me recomendaban todos en el campamento, un viaje de aclimatamiento a Plaza Francia, uno de los campamentos en una de las caras del Aconcagua. Ahí descubrí otra cosa, no es fácil caminar en los andes durante mas de 8 horas con 2 litros de agua, con lo cual, retorné luego de mi caminata de aclimatamiento con un cuadro serio de deshidratación. Problema #2, ¿qué hacemos?¿volvemos o seguimos?

Cada momento que vivimos en esta vida es único, de eso no hay duda. Y está en uno seguir confiando en nuestras propias capacidades y en nuestra voluntad, y fue por eso que al tercer día inicié mi camino a Plaza de Mulas, el otro campamento en la base de la montaña. Nuevamente, apelando a hacer las cosas a mi manera, no contraté una mula para llevar mi equipamiento, eso no lo hacían hace 100 años, sino que decidí llevar los mas de 20 kilos en la espalda, y encarar el tramo mas duro de mi recorrido. Tengan en cuenta que fui de los primeros en arrancar a la mañana para no llegar de noche, dado que a esa altura (4200 metros s.n.m.) si te agarra la noche fuera de la carpa, hay que rezar para no morir de hipotermia. Dicho y hecho, por el peso que llevaba, terminé siendo el último en llegar al campamento, no sin antes sufrir en Cuesta Brava, una subida demasiado empinada, arribando casi al anochecer, temblando de frío de tal manera que no podía siquiera clavar las estacas de la carpa. Ya a esa altura era todo un logro lo que había hecho, sobrevivir a 3 situaciones realmente adversas, principalmente por mi fuerza de voluntad, cuando la realidad es que debería haber pegado la vuelta hace tiempo.

Bastante maltrecho, intentando aclimatarme a la altura, con baja saturación de oxígeno en sangre, estuve un par de días leyendo y haciendo sociales en la alta montaña, con una vista increíble. Al tercer día, decidí hacer cumbre en el Cerro Bonete, al lado del Aconcagua, con una altura nada despreciable de 5500mts, y lo hice a sabiendas que mi equipo no soportaría seguir subiendo por la ladera de la montaña mas alta del continente americano, y que era mas lógico hacer cumbre donde pudiera que intentar seguir una meta imposible de conseguir y quizás tener consecuencias físicas irreversibles en el intento.

Ya en el retorno, y con la felicidad del deber cumplido, los borcegos que usaba se ocuparon de hacerme sendos agujeros en mis talones debido a la fricción ocasionada por la costura en esa zona, de forma que la bajada fue un suplicio, pero nadie me quitó esa felicidad de haber logrado lo que pocos, y menos aún de haberlo hecho a mi manera.

Ahora, trazando un paralelismo con mi vida, ¿no ocurre que todos los días tenemos inconvenientes y que cada vez que intentamos algo en general se encuentran mas problemas que soluciones? Que hacemos ante una situación como esta?¿Bajamos la montaña con la cabeza gacha prometiéndonos que volveremos algún día aunque sabemos que probablemente nunca lo hagamos, o seguimos adelante, maltrechos, pero con la moral bien alta? ¿Cuántos golpes somos capaces de soportar hasta decir basta?La vida siempre se va a empecinar en ponernos piedras en el camino (a menos que tengamos la suerte que no tiene tanta gente), pero eso no significa que tengamos que aceptar la vida como es y rendirnos ante ella, sino que tenemos que tomarlo como retos diarios, que nos ponen a prueba. Con estos golpes formamos nuestro carácter y nos demostramos y le demostramos al mundo de que estamos hechos.

¿Estamos listos para levantarnos cada mañana, sentir nuestra sangre en las venas, tomar nuestras propias decisiones y jugarnos con el corazón y nuestra alma por lo que queremos? ¿Estamos listos para hacernos cargo de lo que decidimos y llevarlo adelante sin importar cuántos golpes recibamos?
¿Estamos listos para escalar nuestro propio Aconcagua?


Comments

  1. Tengo una tragi-anécdota para contar: en el verano del 2009, mi familia, la novia y yo salimos de vacaciones hacia San Martín de Los Andes (como era costumbre).

    Amante del mountain-bike decidí cargar mi bicicleta con un objetivo claro, subir el cerro Chapelco. Desgraciadamente durante esas vacaciones, nos tocaron dias lluviosos y con mucho viento. Se acercaba el último día y la bicicleta seguía mas limpia que nunca. ¿Que se podía hacer?

    Comenté mi idea, de salir al día siguiente bien temprano desde el centro de la ciudad para lograr estar en la cabaña tomando un café caliente a eso de las 6 de la tarde. Así es, era el último día, ese o ninguno. Obviamente los comentarios cruzaron la barrera del frío, pero sin embargo no lograron apagar esa llama que me encendía por dentro.

    Sali temprano, agarre la bici y empecé a pedalear. Todo empezó mal, dos cuadras pedaleando y ya se podía sentir como el viento en contra me bofeteaba con cada metro que recorria.

    Después de los primeros 20km me encuentro con un grupo de maratonistas (también en bicicleta) que se adelantan muy placidamente, me miran con cara rara. Sigo pedaleando y empiezo a sentir un golpe muy fuerte en el pecho. Muy fuerte. Me asusté.

    Me detuve para mirar para atrás, pensé en todo lo que había logrado hasta el momento, y me di cuenta que ya no quería volver.

    Seguí pedaleando, con el corazón tocando al mejor estilo de Joey Jordison. Llegando a la base del cerro me encuentro a los maratonistas, estaban debatiendo si subían o no. Me vieron llegar, abrieron los ojos como dos huevos y seguí adelante.

    Con pendientes muy inclinadas y el terreno resvaladiso por la lluvia (tenia cubiertas de asfalto), se hacía muy complicado matener el rumbo.

    Cuando veo el reloj, se habían hecho las 18 30/45 y yo todavía dando vueltas. Hasta que en un momento cuando miro para atrás, estaban mis viejos, mi novia y mi hermano preocupados, no me encontraban en la ruta y no creían que hubiera subido tanto con ese clima.

    Automáticamente el sentido arácnido de mi madre se activa y se da cuenta que mi cuerpo no la está pasando nada bien. Se preocupa, al punto que rehusa subirse al vehiculo si no vuelvo con ellos. Entre negociaciones, llantos, tires y aflojes, accede a que termine de subir el cerro, pero con la compañia de ellos.

    Terminé de subir a las 1945 empapado, embarrado, sin una gota de agua, con el cuerpo que me latia y un dolor en el pecho insoportable. Paradójicamente me sentía muy bien.

    Al llegar a Mendoza, cada tanto volvía a sentir dolores en el pecho. Saco una cita con el cardiólogo y después de subirme a una bicicleta fija y pedalear con pesos y esfuerzos de todos los colores, con el cardiograma en mano, el Dr me mira feo, y le dice a mi madre:

    Palabras textuales

    "Su hijo está vivo por que tiene 22 años" -en ese momento

    "Si hubieras hecho todo este esfuerzo con 20 años más, no estaría acá haciendose este examen."

    Vuelve a mirarme y me muestra un par de gráficos diciendo:

    "Con tu sistema nervioso tenes la capacidad de exigir a tu cuerpo más de lo que el te puede ofrecer. Y eso no es bueno"

    Mas allá de que si la historia tiene un final feliz o no, me ayudó a descubrir quien soy y por que me gusta tanto levantarme todos los días a enfrentar los retos que hay en el camino.

    Espero que esta historia le sirva a más de uno para darse cuenta que es lo que siente en esos momentos en los que pensamos que todo está perdido.

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